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domingo, abril 26, 2009

LAS MASCARAS DEL HEROE



Quiero pensar que los redactores ya conocen al señor Kowalski y que esta tardía recomendación se hace innecesaria. Asumiendo esa premisa, no puedo resistirme a publicar el comentario que me envió mi idolatrado amigo Charlie Cordero. No me queda más remedio que citarle para saldar mi deuda con él, por cogerme de una oreja y obligarme a visitar a un vejestorio ahíto de bilis y de nobleza llamado Walter Kowalski.

Desde el pasado 14 de Marzo del 2009, ese Walt Kowalski racista, cínico, rancio, sin modales, antediluviano y finalmente conmovedor, permanece en mi corazón. Hace mucho tiempo que no había visto personaje tan áspero como magnético, tan bronco, tan principesco en el fondo.

Me quedé plenamente anonadado, noqueado, maravillado.

Conmueve más la lágrima solitaria del pétreo señor Kowalski en la oscuridad que todo el metraje español de esta temporada. El testamento del Clint Eastwood actor es una portentosa y sorprendente obra maestra. Una de esas películas que te encogen el alma, te dejan un nudo en la garganta y el corazón, y te hacen salir del cine como en una nube, impactado y conmovido, asombrado por cómo ha sido capaz de hacerlo una vez más: dejarte absolutamente tocado con una película que le eleva un peldaño más en el altar de los grandes maestros, con Ford, Wilder y compañía.

El epílogo es el cielo pálido y el mar, la voz rugosa del propio Clint, cantando “Gran Torino”. Y me enamora su voz, y su recuerdo, el heroísmo auténtico de ese vengador-mártir tan letal como solitario, su tortuosa y finalmente conmovedora historia de entendimiento y amor con sus jóvenes vecinos, su oculta grandeza.

Poco puedo añadir yo, pobre plumilla, a tan soberbio comentario. Clint y los suyos descansarán tranquilos en los atrios de Valhalla, donde habitan los Grandes para siempre. Gran Torino no es simplemente la historia del anciano Kolwalski, es también la historia del inspector Callaghan, del sargento Highway y del pistolero Munny; el justo epílogo a todos ellos.


Perdérsela sería un pecado.

1 comentario:

  1. Es casi milagroso cómo Eastwood ha encontrado el modo de bajar el telón de tal manera que toda su brillante carrera anterior, tan efectiva por sí misma, parezca ahora una intrincada arquitectura premeditadamente concebida para servir de cimiento a este epílogo quijotesco y demoledoramente emotivo. Desde el primer minuto de metraje sentimos que conocemos a Walt Kowalsky, porque cada película de su autor es un peldaño que hemos recorrido a su lado.
    Hacía demasiados años que nadie nos regalaba un clásico moderno con un protagonista de esta envergadura. Habría que remontarse a Lynch y su Alvin Straight, personaje por cierto que comparte no pocas virtudes con el viejo veterano de sangre polaca.
    En fin, que suscribo lo dicho más arriba por nuestro corresponsal en Berlín y que si alguien quiere reengancharse a un segundo pase (V.O.) yo me apunto encantado.

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