Hacía mucho, pero que mucho tiempo que algo no causaba en mi hipotálamo el efecto de una yonkilata de
droga plutónica mezclada con metanfetaminas pasadas de fecha.
Aunque tal vez sólo sea apto para espectadores avisados (mis disculpas para quienes no lo sean) el siguiente electroshock audiovisual funde conceptos tan cercanos y, al tiempo, tan remotos y sublimemente dadaístas como la música de las películas de Bud Spencer y Terence Hill, los dibujos de Naranjito, la guitarra de Luís Ortiz, los clímax marianos de
Fortunato, la mística de Batallán (
Luis Emilio) y los Calambres puestos hasta las puntas de las pestañas de clóchinas, esencias de
cachitos de yoquesé, veneno de medusa del Mediterráneo y sangría del tío Arturo… todo junto y a la vez.
Y eso por citar algunas de las ideas que todavía granizan dentro de mi cabeza después de semejante viaje temporal.
Hoy, recuperado en parte del trance y pensando en los más jovenzuelos (p.ej. aquellos en edad papable), añado la versión cervantina de la canción. Nada que ver con la alucinada y alucinante actuación de los
hermanos De Angelis (por cierto, más famosos en Alemania que Lutero e inventores del inglés de boca llena) pero clarifica -uno poco- quién demonios era el tal Orzowei