Para la gente de bien que tuvo el suficiente criterio de no arriesgar su salud metal leyendo el episodio anterior, haré un resumen rapidito como introdución al personaje:
Mediados de 1945, el superhombre ario Otto Skorzeny, héroe laureado del recién extinguido Tercer Reich, se halla cautivo de los servicios de inteligencia del amaneciente imperialismo yanqui. Inquirido sobre sus actividades durante la guerra, y gracias a sus extensos conocimientos en técnicas de contraespionaje aliado, el astuto prisionero facilita a sus crédulos interrogadores todo tipo de información inútil, unas veces exagerada, otras imprecisa, casi siempre falsa. Apabullados por el intelecto del hombretón nazi (y quizás también por su virilidad), los pérfidos norteamericanos admiten hallarse, más allá de toda duda, frente al “Hombre Más Peligroso de Europa” y así se lo hacen saber a sus superiores del Cuartel General Supremo de la Fuerza Expedicionaria Aliada.
Los de Wikipedia no cambiarían ni una coma de lo que he escrito más arriba, y es que, para ser honesto, no todo lo anterior es pura hipérbole aunque con este caballerete ya se sabe que la verdad era siempre el inconveniente cabo suelto de una madeja de mentiras. Lo cierto es que todo indica a que exagerando su protagonismo ante los americanos, Skorzeny planeaba conseguir la inmunidad a cambio de sus dudosos conocimientos en tecnología militar y sus cuestionables contactos dentro de la red de servicios secretos nazis.
Nada más lejos
que Brisbane. Si Skorzeny pensaba que los americanos iban a dejarle salir de los
calabozos tarareando Barras y Estrellas,
la jugada le salió regular por no decir mal; en los centros de detención sobraban
los nazis en paro y los vencedores podían elegir entre los mejores historiales
para reforzar sus filas. Obviamente la hoja de servicios de Skorzeny no le
ponía entre los mejores. Sin embargo, sus pavoneos sirvieron para que sus
captores le tomasen por un sujeto desestabilizador y peligroso, tanto, que decidieron
echarle una soga al cuello. Curiosamente este funesto destino ya se lo había augurado
el sargento americano que le había conducido al centro de contrainteligencia aliada
en Salzburgo. Hagamos un inciso, uno breve, para contar la anécdota.
El sargento que
lo conducía a Salzburgo nunca había escuchado el nombre Skorzeny, pero cuando el austríaco –modesto como de costumbre- le
explicó que él había liderado la operación de rescate de Mussolini, el interés
del sargento rápidamente se disparó. ¡Entonces
usted debe ser el jefe de aquellos alemanes que se vistieron con nuestros uniformes para cruzar nuestras líneas
en las Ardenas! Skorzeny –por supuesto- admitió ser la misma persona. ¡Qué me aspen! exclamó el sargento
y dando un volantazo aparcó su jeep
frente a un Weinhaus (tienda de
vinos) de Berchtesgaden. Amiguito, te voy
a comprar una botella de vino para que disfrutes el resto del camino hasta
Salzburgo. ¡Cuando te pongan las manos encima los del cuartel general te van a
colgar por los pies!
Skorzeny
descubrió que los americanos no se habían olvidado del farol de las
Ardenas ni tampoco mucho menos habían perdonado la jugarreta de los soldados
alemanes en uniformes americanos. Como vimos en el anterior episodio, aunque es
cierto que la Operación Grifo
sembró confusión en las líneas del Tío Sam durante los primeros y exitosos
momentos de la Ofensiva
de las Ardenas, el objetivo principal de la misión, capturar al menos un puente
intacto sobre el río Mosa, no se alcanzó.
Los americanos consideraron espía a todo soldado alemán
capturado en uniforme aliado y aplicaron los artículos de la Convención de la Haya con total severidad. Es
muy posible que con la dureza del castigo los mandos aliados quisieran demostrar
su firmeza a los alemanes y disuadirles de utilizar tretas similares en el futuro. En
la imagen, policías militares americanos se disponen a ejecutar a varios
comandos de Skorzeny sentenciados a muerte.
Skorzeny se pasó
casi tres años a la sombra antes de ser juzgado en el proceso de Dachau en
1947. En ese tiempo el rigor de los jueces aliados se aplacó y durante el proceso
tuvieron que admitir que los propios soldados aliados también habían utilizado
uniformes alemanes en operaciones militares contra el enemigo. El fiscal
tampoco pudo probar que Skorzeny hubiese dado la orden de utilizar los
uniformes; aunque Skorzeny descargase el mochuelo sobre su difunto Führer, con
casi total seguridad la idea de usar uniformes aliados y soldados que hablasen
la lengua del enemigo viniese del auténtico jefe de comandos, Adrian von
Fölkersam, también difunto por entonces.
Al teniente von Fölkersam le habían pegado un tiro
luchando contra
los rusos en Polonia en Enero del 45. En la foto,
Fölkersam
junto a sus hombres en los días de comando Brandenburger.
Está claro que
Skorzeny, a quien deberíamos llamar Otto tras compartir tantas intimidades, era
un tipo con estrella, con muchísima estrella. Y también con amigos, con muy
buenos amigos como ahora mismo descubriremos.
Tras evitar el
cadalso, Skorzeny queda pendiente de la decisión del tribunal y es encerrado en
el campo de internamiento de Darmstadt. No está allí mucho tiempo porque a
penas un año después, el 27 de Julio de 1948, logra escapar con la ayuda de
tres antiguos oficiales de las SS disfrazados de policías militares americanos.
¿De qué me sonará a mí esto?
Dos presuntos miembros
del comando de rescate Skorzeny: el SS-Obersturmführer
Templeton Peck
(izquierda) y un segundo agente nazi no identificado
que posiblemente sea el SS-Hauptsturmführer
H.M. Murdock.
Recapacitemos sobre
la teatral fuga del autoproclamado Hombre Más Peligroso de Europa: Skorzeny lleva
tres años a la sombra cuando unos viejos compañeros de correrías se presentan vestidos
de uniforme americano en el campo de prisioneros donde está retenido y, con el
pretexto de trasladarle a Nuremberg para testificar en un juicio, le ayudan a
evaporarse.
Preguntémonos ahora ¿por qué alguien se arriesgaría a cometer un
delito tan arriesgado? ¿por amistad? ¿por lealtad militar? Los antiguos
valedores de Skorzeny estaban todos muertos, encarcelados o fugitivos. Muchos
antiguos oficiales infinitamente más queridos y respetados por sus hombres se
pudrían en cárceles sin que a ningún alemán pareciese importarle un bledo.¿Por
qué motivo entonces sería Skorzeny diferente? Necesariamente por algo tan
magnéticamente irresistible que justificase el riesgo ir a la cárcel con el
mismo diablo. ¿Alguna idea?
¡Correcto! ¡Por pasta!
Pero los colegas de Skorzeni no se arriesgaron por una cantidad vulgar de dinero, tampoco por una
considerable. Ni siquiera por una grande. No amigos no… lo que había en juego era
una suma indecente: 8.5 millones de dólares de la
época, unos 110 millones muy largos de los dólares actuales, casi todo en lingotes y
monedas de oro, joyas y divisas extranjeras.
El fanfarrón de Otto casi termina ahorcado por hablar de más y resulta que se le olvida mencionar algo tan obvio como el asunto del oro nazi a los americanos…¡Qué cosas tiene
la vida!
En el siguiente episodio descubriremos de dónde lo sacó. Dónde se lo gastó es evidente...
Ni tan mal ¿Qué no?